"El reencuentro", por Bruno Arady

 

Se acercaba la Navidad. Constantino Makarich era un abuelo de sesenta y cinco años de edad que trabajaba como sereno en casa de la familia Chivarev. Era muy carismático y ocurrente ya que le gustaba dormir en la cocina y era muy divertido, hacía bromas con los cocineros. En las noches le gustaba pasearse de incognito bajo una manta para generar temor a quienes quisieran robar o entrar sin permiso. Esto lo hacía acompañado por sus fieles perros Canelo y Serpiente. Pese a todo su buen humor y carisma escondía una gran tristeza por la falta de su nieto Vanka, a quien quería volver a ver.

Unos días después de Navidad, Constantino como era su costumbre, leía una por una las cartas que iban llegando a la finca, pero de repente abrió una que le cambiaría la vida, era de Vanka: pedía ayuda ya que en la zapatería donde vivía era maltratado por sus tutores. La sorpresa y la desesperación lo invadieron profundamente y no dudó en salir corriendo a su encuentro.

Viajó durante dos días en tren para llegar a Moscú. En el viaje se le ocurrió un plan que consistía en entrar a la zapatería de incognito para poder llevarse a Vanka sin que el zapatero se diera cuenta.

-Buenos días, dijo el abuelo.

-Buenos días, ¿en qué podemos ayudarle? -dijo el zapatero.

-Estoy buscando un par de zapatos para mi nieto que tiene nueve años, el problema es que no recuerdo su talle.

-No hay problema -dijo el zapatero-, yo tengo un niño de nueve años. Podemos probar un par de zapatos en él para tener una idea del talle y cualquier cosa que no le quede los cambia.

Alojín llamó a Vanka para probarse los zapatos.

-¡Bien! Esos le podrían quedar perfectos -dijo el abuelo-, lo único que le quería pedir es si no tiene de color azul, que es su color favorito.

-Claro -dijo el zapatero-, ya se los traigo.

En ese momento, cuando Alojín se fue al depósito, Constantino le dijo a Vanka:

-¡Vanka!, soy yo, tu abuelo, salgamos de aquí rápido.

-Sí, abuelo, vámonos.

En ese momento, Vanka sin pensarlo salió corriendo con su abuelo rumbo a la estación de tren para volver a su casa. En el tren, Vanka le contó todo lo que había pasado en la zapatería y Constantino Makarich le prometió que nunca se iba a alejar de él y que iban a vivir muy felices.

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