"Mala y buena suerte", por Ludovico Peirano

 

Constantino Makarich, abuelo de un niño de nueve años llamado Vanka, era un viejecito de setenta y seis años, enjuto y vivo, siempre risueño y con ojos de bebedor. A Makarich le gustaba mucho sentarse en una silla y mirar al cielo y pensar en distintas cosas que se le venían a la cabeza porque eso lo tranquilizaba mucho. Él vivía en una ciudad llamada Moscú, en Rusia, vivía solo en su casa lo que hacía que el día a día fuese muy aburrido, pero ya estaba acostumbrado. Una vez por semana iba al parque que tenía a la vuelta de la casa para poder tomar aire, entrenar, entre otras actividades. Solía leer muchos libros porque le gustaba la lectura, podría pasar un día entero leyendo libros y no se cansaría. A veces se juntaba con su vecino Stanislav, de setenta y seis años como él, solían hablar de cosas de la vida y se pasaban horas y horas conversando.

Un martes trece de abril a las tres de la tarde, mejor horario para merendar, Makarich fue al parque que le quedaba cerca de su casa, pero no fue solo, fue con su vecino Stanislav para que sea más divertido. Se quedaron a merendar en el parque, todo iba bien, hasta que de repente un ladrón apareció detrás de un árbol grande, les robó a Makarich y a Stanislav todo lo que tenían en ese momento, y lo peor es que Makarich llevaba mucha comida que, en parte, sería para la cena. Pidieron ayuda, pero al cabo de unos minutos, el ladrón escapó y no se volvió a ver por ese parque. Llegando la noche, más o menos a las nueve, Makarich no tenía con qué alimentarse y era muy tarde para poder comprar algo. Intentó ir a buscar comida en la calle, ya sea pidiendo por casas cercanas o en la basura. Lamentablemente no encontró nada, pero al llegar a su casa a las once ocurrió un milagro…

Ya Makarich, muy cansado y muy hambriento, se iba a ir a dormir, pero le tocaron la puerta: toc toc. El abuelo respondió:

¿Quién es?

Abuelo, soy yo Vanka, escapé de la casa del zapatero Alojín, por suerte.

El abuelo lo hizo entrar a su casa, una vez dentro, le pregunto con sorpresa:

¿Cómo escapaste de ese lugar?

Escapé por la ventana, no sé cómo lo hice, pero lo logré.

Luego de esa charla, Vanka le ofreció la comida que estaba por comer, cenaron juntos. Supo de lo que pasó, entonces le gustó la idea de compartir con el abuelo, quien se puso muy feliz porque no había comido nada desde el momento del robo. Disfrutaron juntos en la mesa de madera con sillas de plástico blancas, fue la mejor cena que tendrían en años ya que Vanka prácticamente salvó a Makarich.


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