"Siempre estaré ahí", por Sofía Brasca

 

La mayoría de la gente cuando piensa en su infancia tiene recuerdos felices y nostálgicos, pero ese no sería mi caso. Desde que nací nadie me quiso, crecí en un orfanato y no tuve ninguna figura ni paterna ni materna. Hasta que llegó ese zapatero.

Era un día soleado y yo tenia alrededor de once años cuando un zapatero de edad avanzada se apareció en la puerta del orfanato en busca de un niño que cumpla sus requisitos para adoptar. Para mi buena suerte yo cumplía todos y cada uno de ellos, así que decidió adoptarme y me cambió el nombre a Alojín en honor a su padre.

En primera instancia todo parecía fantástico; me enseñó su oficio, lo ayudaba siempre en el taller, me trataba como si fuera su propio hijo e incluso a veces, si me portaba bien, me daba un obsequio, pero no a todos le agradaba. Recuerdo que había un niño en especial que siempre me molestaba y muchas veces yo terminaba llorando, cada vez que me sucedía esto el zapatero siempre me reconfortaba diciéndome que él siempre iba a estar ahí para mí. Pero al año de que me adoptara cayó muy enfermo y murió traicionándome y dejándome solo en este mundo sin nadie que me cuide, ahí fue cuando volví al orfanato y todo empeoró poco a poco.

Luego de eso varias familias me adoptaron, pero solo por codicia ya que podía trabajar como zapatero; me hacían trabajar día y noche y, usualmente, al mes me devolvían, ya que no me podían mantener más. En ese momento mi ingenua mente se aferraba a la idea y esperanza que dentro de poco cumpliría dieciocho, convirtiéndome en mayor de edad, por lo tanto, me podría escapar de esta espantosa vida para poder estudiar y convertirme en doctor. Pero unos meses antes de dicho hecho, me presentaron a alguien. Se llamaba Zhena y habían arreglado para que se convirtiera en mi esposa.

A los dos meses nos casamos y al año tuvimos nuestro primer hijo, como era de costumbre. Para mantenernos tuve que abrir mi propia zapatería y trabajar sin descanso lo cual no me permitió seguir mi sueño de convertirme en doctor. Poco a poco la zapatería fue ganando fama y no pasó mucho tiempo antes de que me encargaran mi primer aprendiz y con el tiempo más se fueron sumando. Usualmente llegaban con once años, pero no siempre era así, por ejemplo recuerdo claramente a un pequeño niño que llegó apenas cuando tenia nueve, su nombre era Vanka. Él, como yo, era huérfano, pero sí había podido conocer a sus padres y sí había sido amado.

Vanka me resultaba muy irritante, en ese entonces no estaba muy seguro de por qué era, pero en cuanto cumplió diez años lo descifré. Todo comenzó cuando apareció una misteriosa carta unos días después de su cumpleaños. Al parecer era de su abuelo que le estaba respondiendo a una carta que él le había mandado antes, lo cual me resultó muy raro ya que nunca se lo permití. Al comenzar a leer la carta el contenido me resultó bastante irrelevante hasta que leí una frase que me dejó petrificado y me trajo viejos recuerdos a la memoria. La frase decía así: "Una vez que logre traerte a casa de nuevo, te prometo, estaré siempre ahí para ti.”

Comentarios

Entradas populares de este blog

"El gran cambio del zapatero", por Joaquina Ferreiro

"Un día en mi vida con Vanka", por Manuel Becerra

"Mi perro es un poco extraño", por Benjamín Stirling