"¿Todo por nada?", por Federico Pérez

 

Como hace semanas que el viejo no para de pensar en su nieto Vanka, se pasa las tardes borracho gritándole a extraños y pensando cómo estará aquel chico que alguna vez tuvo a su lado.

Dos semanas después de Navidad el cartero pasaba por la calle, como de costumbre, repartiendo cartas cuando se me ocurrió una gran idea: morderle las pantorrillas y robarle la bolsa en la que tenía su comida. Pero lo que me encontré dentro me sorprendió mucho. ¡Era una carta de un niño que decía necesitar a su abuelo para que lo saque de la casa de un Zapatero! “¡Uuu zapatoooos, qué ricooo! “¡No, tentaciones no… disculpen!”. Les sigo contando, el caso es que creo que esta carta la hizo Vanka, el huérfano. Entonces pienso que, si se la doy al viejo, Vanka va a venir y nos van a dejar de lado a Canelo y a mí, otra vez. Así que mejor se la escondo. Voy a hacer que el viejo se olvide de ese niño y eso va a ser mucho mejor, estar solos nosotros tres, sin interferencias.

Lo primero que quiero hacer es distraer al viejo:

- Ven Canelo, vamos a molestar un poco al viejo: VIEJO, VIEJO (Wauuu, wauu).

Está tan viejo pobre, que ni eso escucha.

-Mejor hacemos esto; agarrá el polvo que está allá y yo agarro la resortera, vamos a jugar al tiro al blanco ¿te parece Canelo? Esto va a ser muy divertido.

Luego de un rato tirándole polvos raros a la nariz del viejo paramos, cuando de la nada se levantó. Estaba muy extraño, no parecía él, pero seguramente fue por la cantidad de polvo que le encestamos. Al fin y al cabo fue divertido.

Después de un rato en la calle sin nada que hacer a Canelo se le ocurrió una idea: esperarlo en el bar y que cuando entrara lo asustáramos. Y eso fue lo que hicimos. Me escondí en el bar, esperando a que, como siempre, se sentara en la barra para tomar una cerveza, pero nunca apareció, lo buscamos en la casa y no estaba. En cuanto fui a comer me percaté de que había mucha más comida de lo habitual, me pareció extraño, pero no le di importancia hasta que entendí todo: el viejo se fue a por Vanka, sin avisar porque tanto polvo que le dimos lo hizo razonar.

En ese momento, Canelo y yo, arrancamos nuestra aventura en busca del viejo, directo a la casa del zapatero “¡zapatossssssss…! Digo, digo, no hablaba de eso que se usa en los pies de los humanos y que me gusta tanto, obvio.”

Cuando fuimos a salir el viejo ya estaba de regreso con Vanka, el niño nos saludó muy afectuosamente. No sé, quizás Vanka no sea tan malo como parece.

Al final, los cuatro vivimos juntos y compartimos mucho tiempo. Le enseñé a robar comida y casi siempre me comparte las partes de pollo que roba en la feria. Después de todo no era mal chico, incluso lo escucho rezar todas las noches y agradecer de estar en casa con nosotros, otra vez.



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