"Una tarde emplumada", por Sebastián Plevak

 

...a Olga le encantaba bailar, apenas ponían música en la sala, Olga daba los primeros pasos. Un pie tras otro e invitaba al niño Vanka a que la acompañara.

Olga tenía un carácter muy especial, era una mujer soltera, que había sido criada en la familia como una tía solterona; Vanka tenía un cariño muy particular hacia ella. Es que era una de las pocas personas en la casa que le prestaba especial atención.

Olga dedicaba, a veces, un rato de su tiempo para que el niño aprendiera sus lecciones de lectura, escritura y hasta le enseñaba a hacer cuentas. Tenía una especial paciencia para que Vanka lograra incorporar todos aquellos aprendizajes. En medio de esas tardes de números y letras, Olga le daba unas galletas para su merienda, recién horneadas en la gran cocina de la casa Señorial, y mientras miraban por las ventanas las calles cubiertas de nieve, los perros echados al costado de la estufa a leña, Vanka imaginaba que si hubiese conocido a su madre, tendría el rostro y el pelo similar a Olga.

Se había encariñado. La relación entre ambos era muy parecida a la de madre e hijo.

Las horas en aquella biblioteca pasaban mientras estos dos se relacionaban, con sonrisas de complicidad.

Un día Olga le propuso a Vanka un nuevo juego de preguntas con cartas.

-¡Si! ¿Cómo no? -respondió Vanka.

Se sentaron en unas sillas de madera y acercaron una pequeña mesa, encima pusieron las cartas… mientras jugaban se empezó a sentir una terrible brisa en la habitación… se les ocurrió cerrar la ventana pero de repente, al mirar Vanka hacia afuera, vino una ENORME tormenta de nieve. Cuando Vanka intentó cerrar la ventana se metió un gorrión buscando refugio. Los perros advirtieron la presencia del pájaro que desesperado comenzó a aletear dándose contra las paredes, buscando salida. Olga rápidamente tomó una manta y fue hacia el emplumado, lo envolvió en la manta, esquivando los saltos de los caninos que querían darle la bienvenida al intruso. En ese alboroto se escuchó:

-¡Vanka, abre la ventana!

Olga fue hacia la ventana abierta y despidió a la emplumada visita. Los ojos de Vanka, abiertos de par en par, no salían de su asombro…

Una vez que el gorrión volvió a su vuelo, Olga y Vanka volvieron a su juego, mientras que los perros apoyaron su hocico en la ventana, frustrados por no haber podido darle la bienvenida al amigo.





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