"Ayudando a Vanka", por Federico Fernández
El otro día estaba trabajando en la casa del señor zapatero y vi a Vanka concentrado haciendo una carta pero no le di mucha importancia. Más tarde, cuando estaba preparando la cena de Navidad, Vanka se acercó para preguntarme cómo se escribía “sabes”, porque él pensaba que se escribía con “z” y le dije que era con “s” de Sofía. Aproveché y le pregunté para quién era la carta. Me dijo que era para Papá Noel. Yo vi en su cara que me estaba mintiendo pero lo dejé así.
En otra ocasión lo vi poner la carta en la cómoda y enseguida me dijo de jugar a algo, yo le dije que sí y nos fuimos. Cuando regresamos Vanka tenía sueño y se me dio por ver la carta y confirmé que no era para Papá Noel. Era para su abuelo que era el único pariente que quedaba en su familia y me puse triste porque él no sabía la dirección de la casa y yo mucho menos. Lo dejé que siguiera durmiendo y al otro día vino papa Noel.
A la mañana siguiente le dije de ir a buscar juntos a su abuelo.
-¿Harías eso por mí? -dijo.
-Obvio -le respondí.
Conseguí la carroza de un viejo amigo y fuimos de pueblo en pueblo preguntando dónde vivía el abuelo de Vanka. Luego de recorrer varios lugares sospechamos que el zapatero nos estaría extrañando. Pero nos quedaba visitar la última casa del último pueblo. Allí nos atendió un anciano.
-Buenos días, ¿usted conoce a Constantino Makarich?
-Sí, ¿vos sos Vanka? -dijo mirando al pequeño. Vanka asintió.
-Lo estamos buscando. Él es mi abuelo, la única persona que queda de mi familia y la quiero encontrar.
-Él vive conmigo; salió a caminar hace unos diez minutos.
-¿Sabe dónde puede estar? -pregunté.
-Sí, debe estar en la fuente. A él siempre le gusta ir por ahí, dice que es un lugar tranquilo y con mucha paz.
-Muchas gracias -dijo Vanka.
Fuimos hasta la fuente para encontrarnos con el abuelo pero cuando llegamos la vimos vacía. Vanka se puso a llorar y para consolarlo le dije de ir hasta un bar para tomar algo caliente ya que hacía mucho frío. Él aceptó la idea.
Cuando entramos al bar, para nuestra sorpresa, vimos al abuelo de Vanka. El niño pegó un grito de felicidad, el abuelo lo reconoció al instante y se abrazaron llorando de la emoción. Fueron hasta la casa y cuando llegaron, el viejo que vivía con Constantino le dijo a Vanka “viste que lo ibas a encontrar”. El niño agradeció. Luego tomaron una chocolatada y Vanka y su abuelo vivieron felices para siempre.
Comentarios
Publicar un comentario