"Buscando a Vanka", por Bautista Ramayón
Han pasado ya varios meses desde que Vanka no está en esta casa. Su abuelo lo mandó a Moscú a la casa del zapatero Alojín para aprender el oficio. Los padres de Vanka trabajaban en mi casa, y luego de que fallecieran quedó a cargo de su abuelo. No he sabido nada de él ,ni he tenido noticias, cada vez que le pregunto a su abuelo me dice que no sabe nada.
Falta poco para Navidad y me vienen lindos recuerdos de Vanka ayudándome a armar y decorar el árbol, corriendo por toda la casa y mostrando siempre su alegría. Se ve que su abuelo también lo extraña porque justo ayer me pregunto:
-Señora Olga Ignatievna, no he recibido ninguna carta desde que se fue para la cuidad, y estoy preocupado.
En unos días mi esposo tiene que ir a la ciudad, lo voy a acompañar y buscaré a Vanka para ver si lo están tratando bien, si está contento, y le llevaré noticias a su abuelo.
***
Estoy muy alegre porque mañana es el día que vamos a buscar a Vanka; no puedo esperar ver al chiquito y decirle que lo extrañé mucho.
Mi esposo ya sacó los dos pasajes de tren para ir a la ciudad, Nos va a salir muy caro pero por ese pobre niño que debe estar pasando muy mal valdrá la pena. Le contaré al viejecito que mañana iremos a ver a Vanka, se va a poner muy contento, y va a querer ir pero le explicaré que tres boletos para el tren es demasiado caro, y yo creo que entenderá la situación:
-Constantino, venga que le tengo que contar algo.
-Ya estoy, ¿qué paso? ¿Es del trabajo? ¿Me van a echar?
-No Constantino, no se preocupe por eso.
-Ah, menos mal, casi me das un infarto.
-Perdóneme, no fue mi intención hacerle eso. Bueno yendo al grano, mañana será el día que vamos a ir mi esposo y yo a la ciudad.
-Ah, qué bueno, me gustaría ir pero ya sé que son muy caros los boletos para el tren, así que por favor tráiganme noticias de él, y si está pasando muy mal, me lo traen para acá. Por favor, no lo deje sufrir.
-Sí, Constantino, le preguntaré si está pasando mal, y si es así, me lo traigo de inmediato, no podría vivir sabiendo que está pasando mal y que esté sufriendo.
-Muchas gracias, en serio, le agradezco por todo, por cómo me trata, cómo trata a mi nietito, también gracias por ir a buscarlo porque yo estaba ahorrando para ir por él pero no me alcanza, de verdad muchas gracias me hacen sentir uno de ustedes.
-No es por nada, es lo mínimo que podríamos hacer.
Esa noche no pude dormir, era como una mezcla de sensaciones: de felicidad pero también de nervios por miedo a no encontrarlo, y si lo encontrábamos que no quisiera volver.
Salimos muy temprano en la madrugada, cuando empezó a salir el sol, reflejaban sus rayos en la blanca nieve. El viaje fue de unas diez horas pero a mí se me hizo como de unas veinte porque estaba muy ansiosa. En el tren nos daban bebida y también otras cosas ricas para comer, los asientos eran bastantes cómodos así que pude descansar al menos una o dos horas.
Ya era muy de noche cuando entramos a la ciudad, hacía muchísimo frio, y pensaba en Vanka, si estaría pasando tanto frio en esta noche tan cruda de invierno.
Llegamos a la casa donde nos íbamos a quedar por dos días, la casa era de unos parientes lejanos de mi marido, era grande y antigua, con techos altos, con mucha iluminación y grandes estufas a leña para calentar los salones.
Esa noche cenamos y nos acostamos agotados por el viaje, con la ansiedad de saber que, al otro día, nos encontraríamos con Vanka.
A la mañana siguiente, me levanté y desayuné unas buenas tostadas que preparó Julia, la prima de mi esposo, luego me acompañó preguntando persona por persona, si sabían dónde era la casa del zapatero Alojín. Nadie me supo decir, pero una persona muy viejita que sabe muchas cosas de por aquí me dijo que quedaba en las afueras de la ciudad. Fuimos con Julia a conseguir un transporte que nos lleve hasta allí. Encontramos un carruaje que nos podía llevar para lo del zapatero Alojín por unas pocas monedas.
Decidimos, como ya era mediodía, ir a almorzar y descansar un poco, que de caminar tanto teníamos los pies hinchados como dos morcillas. Y a las 14:30 quedamos en encontrarnos con el señor del carruaje.
A la hora que acordamos, en punto, estábamos allí esperando al señor que al ratito llegó sin apuro ninguno. El viaje fue cortito pero muy frio hasta que al fin llegamos a la casa del zapatero, una casita muy humilde y chiquita. Al escuchar el carruaje salió un señor, preguntándonos qué deseábamos:
-Buenas tardes, ¿en qué las puedo ayudar?
-Buenas tardes, ¿aquí vive el zapatero Alojín?
-Sí, soy yo, ¿qué necesita?
-Ah, me alegro, vengo a ver cómo está Vanka, su abuelo está preocupado porque no ha tenido noticias suyas.
-Sí, vive acá con nosotros y está aprendiendo el oficio, lo trato como a un hijo.
-Ay, qué suerte, ¿podría pasar a verlo?
-Sí, claro, cómo no.
-Muchas gracias.
-Venga, pase por aquí, están trabajando en el granero.
Cuando estábamos caminando rumbo al granero que quedaba al fondo de la casa, vimos a un niñito cortando leña, con un pantalón todo lleno de agujeros, zapatos sin medias y el mayor abrigo que llevaba era un buzo finito todo apolillado. Yo no podía creer lo que veían mis ojos, un niño tan chiquito, cortando leña y casi sin abrigo con el frio polar que hacía. Julia me dice:
-Ese niño ¿no es Vanka?
Cuando el niño se da vuelta me doy cuenta que sí, era Vanka. Le grité con todas mis fuerzas: “¡Vankaaaa, Vankaaaa!”.
Vanka se dio vuelta y me reconoció, dejó el hacha y vino corriendo a abrazarme, ahí me di cuenta de que no la estaba pasando nada bien. No paraba de llorar y pedirme que no lo abandone, lo tranquilicé y le dije que ahora mismo nos íbamos de ese lugar. El zapatero enojado, no paraba de decirle cosas al niño, que era un mal agradecido y que él le había dado todo.
Nos subimos al carruaje, lo tapé con mi abrigo y emprendimos la vuelta a casa de Julia, el niño no paraba de agradecerme y llorar de felicidad. En el viaje Vanka me contó casi todo lo que había vivido, me dijo que comía muy mal, que lo maltrataban y que los grandes abusaban de él diciéndole que haga todas las tareas de ellos.
Cuando llegamos a la casa, le dije a mi esposo que ya nos íbamos, le puse a Vanka un abrigo y ropa limpia después de un baño calentito. Fuimos a buscar el tren, eran diez horas más a la ida. Cuando llegamos a casa, le dije a Constantino que le traía una sorpresa. Vanka bajó del carruaje y con una sonrisa saltó de felicidad para abrazar a su abuelo:
-¡Holaaaa ,Vankaa! Te extrañé mucho, qué alegría verte y que estés acá con nosotros.
-¡Abuelito te extrañé tanto! ¡Ahora soy feliz!
Comentarios
Publicar un comentario