"Constantino Makarich y su búsqueda", por Juan Martín Ifrán

 

Soy un hombre tranquilo, siempre risueño y con ojos de bebedor. Un viejecito enjuto y vivo, tengo sesenta y cinco años y soy empleado a la sazón como guardia nocturno en la casa de los señores Chivarev, por la noche siempre ando envuelto en una amplia pelliza.

Durante el día duermo en la cocina o bromeo con los cocineros, y por la noche paseo en torno a la finca, y golpeo de vez en cuando con un bastón en una pequeña plancha cuadrada, para dar fe de que no estoy durmiendo y atemorizar a los ladrones. Mientras yo patrullo me traigo a mis perros Canelo y Serpiente.

La mayor parte del día me paso pensando en cómo y dónde podría estar mi pequeño nieto. Pero lo que yo nunca entendí fue por qué cuando murieron sus padres, no me trajeron a mi nieto en vez de llevarlo a una zapatería. A fin de cuentas ya he intentado de todo, contactar a la policía, mandar cartas, etc. Lo único que falta es que mi nieto me envíe una carta, aunque eso sería casi imposible, porque no sabe donde vivo.

Cuando vuelvo a casa (de vez en cuando) me abro una cerveza y empiezo a leer libros o a cantar canciones viejas que me hacen recordar a Vanka cuando él era muy chiquito, cuando se reía de que Canelo lo lamía por todos lados, época en la que yo trabajaba de leñador.

Vivo cerca de una aldea, lejos de la ciudad de Moscú, en la cual no hay muchas reservas de comida pero poseo unas pocas tierras y a veces cultivo algo como:

-Frutas

-Hierbas

-Verduras

Este es otro día más en el que tengo que ir a trabajar, pero primero les doy comida a Canelo y Serpiente. Mientras voy a la casa de los Chivarev siempre encuentro algún pozo entre la nieve en el que varias veces me quebré el tobillo izquierdo.

Constantemente hago la misma rutina, todos los días: me levanto, les doy comida los perros (Canelo y Serpiente), bromeo un rato con los cocineros, a veces ayudo a cocinar, duermo un poco más y al llegar la noche me paseo por los alrededores atemorizando a los ladrones.

Todo así hasta que llegó la navidad. Veinticinco de Diciembre, justo donde arrancaba mi “semana libre”. Ese día lo que hice fue poner una foto de Vanka en el piso rodeada de velas y me puse a rezar porque él pudiera volver sano y salvo. Al terminar de rezar lo dejé todo donde estaba el día entero.

A veces me pongo a pensar que más pude haber hecho para salvarlo de esa miseria.

Unos días más adelante, se me ocurrió subirme a un autobús e irme a Moscú. Las personas me miraban como si fuera un extraño, y yo no sabía que lo era. En seis horas ya había llegado, estaba a varias cuadras de la zapatería. Me quería matar, era como un kilometro, pero valía la pena hacerlo por mi nieto querido. Después de un rato largo de caminata había llegado, exhausto. Le pregunté a una señora que estaba caminando por la calle, dónde estaba la supuesta zapatería, ella se rió de mí y me dijo que esa zapatería no existía y nunca existió, yo largué una carcajada grande y larga pero la señora parecía estar muy seria. Fue después de treinta segundos que me dí cuenta de que estaba en San Petersburgo. Estaba petrificado, no lo podía creer, se notaba que estaba viejo y ahora tenía que caminar tantas cuadras y tomar otro autobús.

Cuando regresé me di cuenta de que había una carta en el buzón que era de los Chivarev, cuando la abrí decía así:


De: Martha Chivarev

Para: Constantino Makarich

Hola, Constantino, debido a tu esfuerzo, voluntad, actitud y protección hemos decidido aumentar tu salario. Creemos que es justo para todos hacer este aumento así que agradecemos todos tus esfuerzos.

Saludos, Los Chivarev

Cuando leí esto me emocioné y al mismo tiempo no lo podía creer.

Pero al parecer esa no era la única carta en el buzón, había otra que decía:

Querido abuelo Constantino Makarich

Soy yo quien te escribe. Te felicito con motivo de las Navidades y le pido a Dios que te colme de venturas. No tengo papá ni mamá; sólo te tengo a ti.

Ayer me pegaron. . .

Te seré todo lo útil que pueda. Rogaré por ti, y si no estás contento conmigo puedes pegarme todo lo que quieras. Buscaré trabajo, guardaré el rebaño. Abuelito: te ruego que me saques de aquí si no quieres que me muera. Yo escaparía y me iría a la aldea contigo; pero no tengo botas, y hace demasiado frío para ir descalzo. Cuando sea mayor te mantendré con mi trabajo y no permitiré que nadie te ofenda. Y cuando te mueras, le rogaré a Dios por el descanso de tu alma, como le ruego ahora por el alma de mi madre. . . ¡Ven, abuelito, ven!

VANKA CHUKOV

En la aldea a mi abuelito

Constantino Makarich.

Cuando leí esa carta de Vanka me motivé y fui a Moscú a recuperar a mi nieto; tras largas horas de viaje había llegado a la puerta del zapatero. Entré y me atendió un tal Alojín. Me atendió con mala cara así que le dije “dame a mi nieto”. Él miró para atrás y gritó:

-¡Vanka alguien te busca!-

Vanka salió corriendo de la parte de atrás de la zapatería y le pregunté:

-¿Eres tú, Vanka? . . .





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