"El cartero le cambió la vida", por Juan Cruz Esmoris

 

Constantino Makarich, era un viejecito que había dejado a su nieto en lo de un zapatero llamado Alojín. Él lo llevó con ese hombre porque no tenía suficientes ingresos para poder vivir con Vanka. Pensó que le estaba dando la oportunidad de llevar una vida mejor. Pero no fue así...

Constantino se levantaba todos los días a las seis, iba a ordeñar sus vacas para poder fabricar el queso que luego vendía, tal era su trabajo. El abuelito tenía cinco vacas y todos los días pensaba en Vanka porque él cada vez se veía más anciano y pronto no podría continuar haciendo su trabajo.

Un día se le ocurrió una brillante idea: enviarle una carta a Vanka.


Carta

Hola nietito querido, ¿cómo estas pasando en lo de Alojín? Te estoy precisando para que me ayudes con las tareas del campo. Si tu quieres, la semana que viene te puedo ir a buscar .

Te quiere, tu abuelo Constantino Makarich.


Vanka se tenía que levantar a las seis de la mañana para ayudar a Alojín. El niño ya no quería vivir más con el zapatero.

A la noche siguiente Vanka dormía en el local de venta de zapatos y de repente un cartero llegó y dejó una carta. El niño la tomó rápidamente pero como no sabía leer le pidió ayuda al cartero. El hombre regresó y le preguntó qué pasaba y Vanka le pidió que por favor le leyera la carta. El cartero la leyó, vio el rostro golpeado del niño y le preguntó su nombre.

-Me llamo Vanka y vivo aquí con el zapatero, estoy esperando que mi abuelo me venga a buscar.

El cartero sorprendido le dijo a Vanka si quería que lo llevara con su abuelo. El niño le respondió que sí con una sonrisa de oreja a oreja. Salieron en menos de diez minutos. El cartero, que se llamaba Pablo, le preguntó dónde vivía su abuelo y Vanka le respondió que en una aldea.

-Hay una posibilidad de saber dónde vive -dijo fijándose en la dirección de la carta. Vive en San Petersburgo, lo siento, pero queda muy lejos, tardaríamos como tres días.

-Por favor, yo quiero ver a mi abuelo -contestó Vanka con cara de pobrecito.

-Ok, pero no nos detendremos ni un instante.


Cuando llegaron a San Petersburgo Vanka creyó reconocer una casa. Pablo, sorprendido, empezó a preguntar a todas la personas con que se cruzaban si conocían a Constantino, pero nadie parecía conocerlo.

Mientras caminaban Vanka vio su apellido en una tienda: “Quesos Makarich”.

-¡Ese es mi apellido! -gritó.

Preguntó si conocían a Constantino y un empleado le dijo que sí.

-Constantino es mi jefe y vive en las afueras...


A la tarde, y gracias a las indicaciones pudieron llegar. El anciano lo vio y Vanka corrió a abrazarlo. Olga salió desesperada para abrazar a Vanka y los tres terminaron juntos luego de un bello reencuentro.



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