"La búsqueda de Olga", por Juan Martín Abó
Hace tiempo que estoy muy angustiada, todavía no puedo creer que vayamos a pasar nuestra primera Navidad sin Vanka; siento una fuerte presión en el pecho, tengo tantas ganas de volver a verlo. ¡Quiero mucho a ese pequeño!
Recuerdo las tardes que pasábamos juntos; yo le enseñaba a escribir y a leer, mientras que su madre cocinaba, cosía y bordaba. A él le encantaban los bombones que yo elaboraba con frutos y chocolates, cada vez que recibía algunos por recompensa de sus logros, festejaba saltando y gritando, corría por toda la casa.
Estuve pensando algunas ideas para recuperar a Vanka... ¡Ya sé cómo hacerlo! Pero necesito ayuda. Por eso decidí ir a la casa de un joven vecino, muy amigo de él; Vanka lo acompañaba a recoger leña en las tardes, eran grandes compañeros. Le pedí que me ayudara y aceptó. Cuando íbamos en el tren no dejaba de pensar en cómo lo encontraría emocionalmente, entonces le escribí una carta explicándole cómo escapar, que utilizaría si fuera necesario.
Finalmente llegamos a la ciudad, era media tarde, fuimos directo a la zapatería, miré por la ventana y allí lo vi, mi corazón palpitaba fuertemente, me temblaban las piernas. Entré sola, cuando me vio pasar por la puerta vi como le caía una lágrima por la mejilla y entendí que él no estaba bien. Le hice unas consultas al zapatero para poder disimular y me fui.
Junto al joven planificamos que él entraría para entregarle la carta a Vanka. Cuando entró se la pudo dar sin que Alojín se diera cuenta. Mi pequeño estaba tan ansioso de irse que se fue antes de la hora indicada, aún Alojín no había cerrado su zapatería, entonces vimos cómo lo atrapó mientras intentaba escapar por la ventana; lloraba desconsoladamente.
Al día siguiente volvimos a la zapatería para que Vanka se quedara tranquilo de que todavía lo estábamos esperando. Cuando entré él me entregó una carta que decía:
“A Alojín le encanta tomar mucho vino en las fiestas, entonces voy a esperar hasta año nuevo. Mañana después de las doce campanadas intentaré escapar aprovechando el sueño profundo.”
Así fue, lo vi salir rápidamente de la casa, corrí a abrazarlo, su amigo lo alzó y juntos festejaban. Pero sin demora nos fuimos a la estación. A las pocas horas ya estábamos nuevamente en casa, entramos sigilosamente sin que el abuelo se diera cuenta y lo sorprendimos; ambos entendieron lo difícil que fue estar separados, lloraban y reían abrazados. Este nuevo año quedará marcado en nuestros recuerdos.
Comentarios
Publicar un comentario