"La historia de un pobre niño que necesitaba ayuda", por Ignacio Gatti
Como casi todos me conocen, soy Olga. Una de mis virtudes es la empatía por el otro. Por eso cuando conocí a Vanka me llegó al corazón, ¿cómo no ayudarlo? Imposible no involucrarse con su historia que te llega al alma en estos fríos días.
Cuando leí su carta las lágrimas corrieron por mis mejillas, mi corazón se detuvo por un instante, cómo no ayudarlo, si tan solo es un niño de nueve años, que encima lo obligan a trabajar incluso más que a un adulto. Su niñez está siendo dejada de lado, no hay tiempos de juego, de imaginación, solo esfuerzo y sudor... Demasiada carga laboral para escasos nueve años… cómo duele ver robada su niñez.
El sentir de Vanka y cómo se expresó retumbaban en mi cabeza. A partir de ese momento solo fui capaz de pensar la manera de poder calmar tanto sufrimiento que había en él . Solo pienso en que recupere su inocencia perdida y vuelva a sentir y vivir como un niño. A mi entender su abuelo es quien puede recuperar todo este tiempo perdido. Solo sé su nombre, Constantino Makarich; como encontrarlo es muy difícil eso daba vueltas en mi cabeza una y otra vez. Necesitaba salir de esta habitación para aclarar mis pensamientos, así que tomé mi campera porque estaba lloviendo y me fui a la plaza donde suelo ir cuando estoy pensativa y abrumada.
Era tarde en la noche y llovía, no veía más allá de mi nariz pero el agua aclaraba mis pensamientos. De pronto una luz iluminó la plaza, más precisamente el banco y ahí lo vi. Un anciano, que pese al mal estado del tiempo estaba risueño, con ojos de bebedor y aparentaba unos sesenta años. Me acerqué y le pregunté:
-¿Usted conoce a Constantino Makarich?
-Está hablando con el mismo Constantino. ¿Pero de dónde me conoce?
La felicidad de Olga iluminaba la oscura plaza, no podía creer haberlo encontrado…
-Soy Olga y lo estaba buscando, su nieto lo necesita, escribió una carta que me llegó al alma: quiere vivir con usted. Realmente Vanka no está siendo tratado como un niño, su vida no es feliz. Por eso estoy acá para ayudarlo y usted es el que puede hacerlo. Hagamos algo por él.
Constantino dejó de estar risueño, por un instante sus ojos se nublaron. Sus lágrimas se confundían con la lluvia de la noche. El abuelo con voz entrecortada respondió:
-No, no puedo con esto-. Y se marchó lentamente.
Olga se quedó de ojos abiertos sin entender lo que acababa de ocurrir; lo que parecía estar tan cerca resultó quedar muy lejos. Se quedó sin respuesta pero de algo estaba segura: Vanka, a partir de ahora no estaría nunca más solo. Se haría cargo de él.
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