"No todas las infancias son iguales", por Carmela Fernández
Desde chico tenía que ver a mis padres trabajando todo el día en el campo, sin parar y hambrientos. Mis padres siempre me hacían reír y pasar lindos momentos, principalmente mi madre que estaba agotada y con hambre, aun así, intentaba sacarme una sonrisa. Todo el país estaba viviendo la Revolución Rusa y había muchas familias que estaban pasando por lo mismo que la mía. Yo sabía que pronto iba a llegar mi momento de trabajar, pero no esperaba que fuese tan rápido. Al cumplir los nueve años, los dueños de la tierra me llevaron a un lugar lejos de mis padres para trabajar, siendo explotado, con mucha hambre y cansancio.
Al correr de los años y al finalizar la Revolución Rusa, pude conseguir un trabajo que no me gustaba tanto, pero era mejor que lo que había estado haciendo los últimos años. No era un trabajo en el cual ganaba tanto dinero ya que había un montón de zapaterías. A veces en la zapatería me venían ataques de ansiedad, no me podía controlar, quería romper cosas y para calmarme necesitaba tomar una pastilla. De vez en cuando venían algunos niños a aprender el oficio de zapatero. La mayoría de los niños que venían se quedaban dos meses, algunos tres. Al principio pensé que era porque no les gustaba el trabajo y les aburría, estábamos solo nosotros y admito que no era un oficio muy divertido. Pero una vez un niño me dijo que tenía cara rara y le daba miedo, ahí reaccioné, y supe por qué todo el resto de los niños se habían ido. Un día vino un niño llamado Vanka y se quedó por cinco meses, fue el que más se quedó en el trabajo y me ayudaba en lo que necesitaba y nos hicimos grandes amigos. Él era un niño muy respetuoso y bueno. Hablábamos todo el tiempo, hasta que un día me contó una historia de su infancia y me hizo recordar cuando era pequeño, eso me afectó, ya que mi infancia no había sido muy buena. Hacía bastante tiempo que no me daban ataques y eso me alegró, hasta que el niño me contó su historia, eso me afectó y tuve que volver a tomar pastillas. Cada vez me hacía acordar más a mi infancia y eso me volvió a afectar. Tenía ataques de ansiedad y era muy difícil controlarlos, había veces que hasta le pegaba a Vanka y le hablaba mal. No lo hacía con mala intención, eran mis ataques quienes lo hacían, pero no lo podía controlar. Yo sabía que lo que estaba haciendo estaba mal. Cada vez era peor, me hacía enojar cada vez más y más. Me ponía a pensar, ¿por qué mi vida tuvo que ser así?, ¿Por qué mis padres tuvieron que sufrir tanto? ¡No podía creer que mi madre a pesar de ser explotada y trabajar tanto, me hiciera reír con sus ocurrencias! Sentía que Vanka tenía que sufrir un poco para que le vaya bien en un futuro, y por eso lo presionaba. Por dentro sabía que ese niño se quería ir de la zapatería, pero tenía miedo de que yo le hiciera algo si se iba. Al día siguiente, cuando volví de la panadería, no encontré a Vanka por la casa, pensé que se había ido, pero que iba a volver. Pasaron horas y horas y no lo encontraba. Me lo imaginaba solo en la calle, con hambre, callado y triste. No quería eso para él y por eso salí a buscarlo por el barrio, imaginé que podría estar cerca, pero no fue así. Lo busqué y lo busqué por todo el barrio, pero no lo encontré y ya era de noche y empecé a preocuparme cada vez más y más. Me fui de vuelta a mi casa a pensar por qué se había ido. Me di cuenta de que lo maltrataba y lo estaba haciendo trabajar todo el día, hablándole mal y ese no era yo.
Al otro día a las 6 de la mañana salí nuevamente a buscarlo, pero tampoco lo encontré, me preocupé más y pensé que capaz se había ido a la casa del abuelo, así que fui. Llegué y me encontré al abuelo de Vanka, le pregunté si había visto a su nieto y él me dijo:
─Sí, yo lo fui a buscar porque me enteré de que lo trataban muy mal, y no quería que mi nieto, de nueve años, esté trabajando con alguien como vos ─dijo molesto.
Ahí me di cuenta de todo lo que estaba haciendo mal. Me sentí pésimo pero el abuelo de Vanka tenía razón así que me fui y le deseé la mejor vida a Vanka con su abuelo y también le dije que no quería hacerlo pasar un mal rato. Unas semanas después fui a un hospital a pedir ayuda por mis ataques de ansiedad y lo agresivo de mi comportamiento. Y ahora estoy muy feliz porque me siento mucho mejor. Le quiero decir gracias a los doctores por ayudarme y a Vanka y a su abuelo por aclararme la mente y decirme qué estaba haciendo mal.
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