"Serpiente emprende su misión", por Brunella Gamboggi
Era medianoche, y Serpiente se había despertado. Esa noche, no había querido acompañar a su dueño Constantino a dar la vuelta nocturna. No supo bien la razón del por qué, pero decidió quedarse. Ya que se había despertado y no había comido hacía bastante, decidió ir a robar un pavo de algún banquete, ya que era Noche buena. Salió de la casa y anduvo paseando por distintas calles del pueblo, todas solían ser iguales, excepto esa noche. A Serpiente le pareció haberse trasladado a una película, era una de esas en las cuales todo era perfecto y alegre, las personas caminaban y veían a los demás riendo dentro de sus casas. Serpiente detestaba eso. Sentir esa emoción tan rara, que solo una vez en su vida había experimentado, ya que alguien le había robado un gran tiempo de ella. Siguió pensando en la ciudad, le parecía más alegre y pintoresca de lo que era habitualmente. A Serpiente le revolvió la mente todo ese brillo y luces de colores que había en los árboles y las decoraciones por fuera de las casas no le gustaban. Prefería que la ciudad estuviese oscura, con algún farolito iluminando la calle de vez en cuando, pero no más que eso. Volvió a la realidad y se encontró al lado de una casa, se asomó por la ventana y vio un pavo gigante. Él mismo imagino su expresión de admiración y lo contempló por unos segundos hasta que su panza empezó a gruñir. Decidido, se impulsó y logro pasar la ventana, solo tuvo que empujar un poco la cabeza, era una de esas ventanas que se abrían hacia arriba. Antes de poder llegar a la mesa, una niña robusta se le interpuso. Serpiente tuvo miedo, pero como siempre, ocultó sus emociones. La niña hizo una mirada de izquierda a derecha, no a Serpiente, sino para ver si había alguien más en la habitación. Al no haber nadie, la niña le sonrió y corrió hacia la mesa, sacándole una pata al pavo, dándosela a Serpiente, luego, le acarició el lomo tan chiquito sin saber que bajo esa mascara, se encontraban esas intenciones maliciosas. Serpiente sintió una sensación de bienestar y comodidad. Pestañó y volvió a abrir los ojos, ya no era la niña quien lo acariciaba, era una señora que había querido mucho y quien le había otorgado su nombre: Serpiente. Era la mamá de Vanka. Ella lo había nombrado así y él había comprendido tan bien su significado, que debido a eso, se volvió cruel y malvado, y también, porque se sentía culpable de su muerte. Serpiente se había encariñado muchísimo con esa mujer, era su persona favorita, pero siempre estaba Vanka antes que él. Serpiente recordaba varios escenarios en los cuales la madre de Vanka lo estaba acariciando y jugando con él, pero luego su hijito la llamaba y ella iba corriendo a ver si le había pasado algo, dejando solo a Serpiente. El perro se sentía tan dolido por ser el segundo, que desde ese momento, un odio hacia ese niño surgió dentro de él. Luego de terminar con ese recuerdo, en ese preciso momento, fue cuando lo sintió… sintió una conexión con Vanka, más como si fuese una visión, pudo verlo dejando una carta en el buzón y logró verle la cara al cartero, inmediatamente lo reconoció, era un conocido de su dueño y supo que pronto la carta estaría en manos de Constantino. No tenía idea de qué tenía escrita la carta, pero estaba seguro de que no era bueno. Luego de terminar el pavo, le lambeteó un poco las manos a la niña, mostrando agradecimiento, esa era la primera vez que Serpiente no mordía a una persona desconocida. Fue corriendo lo más rápido que pudo hacía su casa, a ver si la carta le había llegado a su dueño, y si no era así haría todo lo posible para que no llegue. Corrió unas cuadras más y estaba ahí, ya era tarde. Constantino estaba leyendo la carta, en su cara se podían ver unos ojos lagrimosos, ya había recibido la noticia. Se tomó unos minutos, se secó la cara y se agachó. Su dueño le dijo: “Serpiente, tu que fuiste el perro que más tiempo estuvo con Vanka, tu que eres pequeño, irás a Moscú y lo buscarás, no importa lo que te cueste, quiero que lo encuentres y me lo traigas, ¿está claro?” Luego al ver que Serpiente se encontraba medio distraído repitió “¿ESTÁ CLARO?” Serpiente le dijo que sí, pero olvidó que Constantino no lo entendía y que solo lo estaría escuchando ladrar, entonces asintió con la cabeza. “Ve” le dijo su dueño.
Así fue como Serpiente fue en busca del niño que tanto odiaba, entonces empezó a tramar un plan. “Iré a verlo, quiero ver cómo está sufriendo y lo dejaré ahí. No pienso traerlo conmigo, tal vez hasta me arrebate a mi dueño y mi lugar en su casa.” Luego de días dirigiéndose hacia Moscú, Serpiente vio algo que le llamó la atención, o mejor dicho, alguien. Era una perrita. Serpiente antes de ir a hablarle, pasó por el costado de un riego para sacarse el mal olor, y después se sacudió para que no quede olor a perro mojado o a perro callejero. Para acercarse a la perrita debía cruzar la calle, él se encontraba en una vereda y ella en la otra. Quiso hacerse el héroe entonces:
-¡Guaf! ¡Guaf! -ladró a la perrita para llamar la atención. La perrita lo vio, y al mirarlo con esos ojos turquesas, Serpiente se enamoró. Para hacerse el príncipe decidió que saltaría un lote de basura que se interponía entre ellos, así llegaría a ella como un caballero. Lo intentó, tomó carrera y… ¡bum! No lo había podido saltar y en vez de eso se había chocado contra él. La perrita enseguida fue a ayudarlo.
-¡Oh dios mío! ¿Te encuentras bien?-preguntó la perrita.
-Sí, sí, sí, no dolió nada -fingió Serpiente.
-Déjame llevarte con mi dueña, tal vez te pueda curar ese tajo que te hiciste.
Caminaron una calle y ya se encontraban en la casa, entraron y antes de seguir por el pasillo, Serpiente vio algo que le llamó la atención. Eran unos perfectos zapatos de cuero con un punta bien lustrada, por dentro, llevaba el nombre “Alojín”. Serpiente volvió a sentir la conexión con Vanka y vio un rostro de hombre, su nombre era Alojín, como decía el zapato. Sabía que Vanka se alojaba con él.
-Espera, ¿es él tu dueño?
-No no, ni siquiera lo conozco en persona, pero mi dueña, la señorita Adams, es maestra de unos niños que trabajan con él. El zapato dice “Alojín” porque aquí en Moscú está muy de moda poner el nombre de la persona que fabricó el producto dentro del objeto, como en este caso el creador es Alojín, es por eso que dice su nombre dentro del zapato -respondió la perrita.
-¿Sabes cómo puedo encontrarlo?- preguntó Serpiente.
-Sí, dobla tres calles a la izquierda y verás una mansión hermosa y blanca, bueno, es la de al lado, es como una choza, ahí viven él y sus alumnos. Si es que estas buscando entrar o ver alguna cosa, ¡NO VAYAS! Te lo advierto, es un horrenda persona, maltrata a todos sus alumnos, los hace trabajar horas de más, les pega, les da muy poca comida, es más, hasta oí un rumor que dice que una vez murió un chiquilín ahí, por eso la casa está embrujada, según lo que me contaron.
Dicho todo eso, Serpiente sintió un temor por esa casa, pero debía ir sí o sí, como su amo se lo había pedido, aunque él no quisiera que el niño volviera. Pero luego de escuchar toda esa explicación que la perrita le había dado, todas esas palabras le tocaron el corazón, y sintió pena, furia y tristeza, todas combinadas en ese preciso momento.
-Cambio de planes -anunció-. Por más difícil que sea, debo hallar a ese niño y traerlo conmigo, muchas gracias por todo, en serio, espero volver a verte.-dijo Serpiente cariñoso.
Nadie nunca (incluido él mismo) había visto esa nueva actitud de Serpiente. Se dio cuenta de que había cambiado en este viaje, se había vuelto menos malvado y estaba abriendo su corazón hacia otras personas… esa nueva faceta le gustaba a Serpiente. Así que luego de todo eso, corrió y corrió hasta que a la casa llegó. Ya venía con escalofríos de todo lo que la perrita le había contado, pero por más que intentara resistirse, no lo logró y se metió por una ventana. Al entrar, ya escuchó ruidos como de vidrios rompiéndose y un niño llorando. Eso lo aterró aún más. Se estaba haciendo de noche, entonces se ocultó debajo de una cama. Cuando ya todos estaban dormidos, salió e intentando hacer el mínimo ruido, empezó a caminar para buscar a Vanka. Entró a una habitación, pero ahí no se encontraba, habían como diez niños de cinco años aproximadamente, todos acurrucados unos al lado de otros, porque no había lugar y hacía frío, ya que era invierno en Moscú. Serpiente no vio ni una manta o colchoneta para esos niños. “Pobres niños, qué infierno que deben de estar viviendo aquí, lástima que solo puedo llevarme a uno, ojalá vinieran todos conmigo. Sí yo fuera uno de ellos me gustaría que me sacaran de aquí.” pensó Serpiente. Salió de esa habitación y se fue a fijar en otra. Claramente esa tampoco era la habitación de Vanka, porque, logró reconocer a Alojín, junto a su esposa. Al ver todo el sufrimiento y cómo tenía a los niños muertos de hambre, con frío y algunos con moretones, vio toda la maquinaria y el cuero… la parte del auténtico Serpiente que seguía dentro de él, le orinó todo. Supo que no le quedaba mucho tiempo antes de que alguien empezara a notar el olor de la orina así que se apuró. Entró a la habitación del fondo, era la última que quedaba. Entró silenciosamente y ahí estaba Vanka, medio pálido por el frío y hecho bolita para intentar calentarse, pero, por suerte, seguía despierto. Notó que había un bebé en el cuarto así que no podía hacer mucho ruido, sino él bebe empezaría a llorar y los dueños se despertarían. Se aproximó a Vanka y le lamió la frente, Vanka lo vio y se llenó de alegría. Eso significaba que su abuelo sí había recibido su carta y había mandado a alguien en busca de él. Enseguida Serpiente se dirigió hacia la puerta, Vanka supo que lo debía seguir, caminó unos tres pasos, pero el suelo estaba tan frío que estornudó y el bebé empezó a llorar. Juntos empezaron a correr, sabían que era cuestión de segundos para que Alojín se levantara y si eso sucedía, ya sería muy tarde. Mientras corrían, sintieron pasos muy fuertes yendo detrás de ellos, Vanka se volteó y llegó a ver la cara de Alojín, que no venía solo, en su mano, traía un látigo. Llegaron a salir de la casa sanos y salvos, pero tuvieron que salir de la calle porque sino Alojín los perseguiría hasta que estuvieran muertos. Serpiente frenó en la casa de su amiga la perrita y se escondieron en el jardín. Se taparon con hojas que encontraron y durmieron toda la noche.
Serpiente tuvo un sueño: se imaginó cuando llegara con Vanka, lo feliz que sería, cómo todos le aplaudirían, le harían mimos y lo querrían más. Se sentía tan entusiasmado, no podía esperar a que el momento sucediera. También imaginó cómo Vanka jugaría con él, serían muy buenos amigos después de esta aventura que tuvieron, Serpiente ya no tendría odio hacía Vanka.
A la mañana siguiente empezaron a dirigirse hacia la casa de Constantino, cada vez les faltaba menos. Caminaron y caminaron día tras noche, Serpiente notó la casa de la niña, quien le había dado una pata de pavo en Noche buena, supo que les quedaba menos de un día y Vanka también recordaba la zona, como sabían que les quedaba poco, decidieron descansar. Vanka se acostó en una hamaca Paraguaya que había en un jardín y Serpiente, de tan cansado que estaba no vio en dónde se acostó, solo se echó. Unas horas más tarde… ¡Pum! Vanka se despertó enseguida y se puso a llorar. No había nadie quién lo pudiera ayudar, así que lo único que hizo fue tapar a Serpiente. Serpiente había sido atropellado por un carruaje, no notó que se había acostado en mitad de la calle y a la media noche, el perro vio pasar toda su vida frente a sus ojos. Justo a la misma hora en que había emprendido su misión, Serpiente falleció.
Me gustó el desarrollo de tu historia, besote
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