"Una ida sin vuelta", por María Borrazás
Un día no hace mucho tiempo un zapatero de mediana altura, edad avanzada, bigote blanco y un humor no muy favorable se encontraba trabajando en su zapatería. Era un lugar muy oscuro, limpio, pero que hacía pensar en que su dueño no sería una persona muy feliz. De la casa a la zapatería y de la zapatería a la casa, y un día que otro pasaba por el almacén a comprar alimentos básicos como la leche, el pan, las frutas, la carne... Así eran todos sus días.
No era una persona con muchos amigos, es más, tenía solo uno, pero vivía casi en la otra punta del país y además de que se hablaban poco las cartas tardaban mucho en llegar, incluso a veces ni llegaban.
Un día Alojín (así era su nombre) se encontraba caminando, eran como las nueve de la noche, él ya había salido de trabajar, después de caminar como unas cinco cuadras escuchó un ruido en la basura, al principio se asustó, pero después…
-¡ACHÚ!- escuchó un ruido agudo, como el estornudo de un niño.
Él se acercó despacio y vio algo que se movía: era un niño buscando algo de comida entre los desechos de la gente. El zapatero, al principio, dudó. No sabía si ayudarlo o no, pero luego tomó la decisión de decirle que saliera de ahí.
-¿Cómo te llamas?- dijo Alojín rígido.
-Vanka- le respondió el niño con voz y una cara de confusión.
Lo primero que se le ocurrió al zapatero fue decirle que trabajara en su zapatería así que se lo ofreció y Vanka, muy seguro y confiado de que tendría un futuro seguro, aceptó ese puesto de trabajo. A todo esto, ya eran como las nueve y media. Juntos se fueron a la zapatería y Alojín le dio una manta que tenia y unos retazos de telas como para taparse, el hombre se despidió del chico y se fue a su casa porque al otro día se tenía que levantar temprano ya que la zapatería abría a la siete de la mañana. Vanka recorrió el lugar por su propia cuenta y vio un pedazo de pan, comió y se fue a dormir.
Al otro día cuando Alojín llegó a la zapatería vio que estaba todo revuelto como si una bomba hubiera explotado allí.
- ¿Qué paso acá?- gritó Alojín enojado, mientras el niño dormía.
Asustado, Vanka se levantó y le dio explicaciones, él tenía frio y hambre y se había quedado hasta las dos de la mañana buscando algo más para comer, además del pedazo húmedo de pan que había encontrado arriba de la mesa. El zapatero, molesto, lo mandó a trabajar.
El niño arreglaba aproximadamente veinte zapatos de hombre por día, quince tacones, y un par de cinturones. Luego de unos meses trabajando allí Vanka se dio cuenta de que cada vez tenía más trabajo. Ya era como una explotación: el pequeño pasó de arreglar veinte zapatos de hombre a arreglar cincuenta, de quince tacos a treinta y cinco y de un par de cinturones a más de treinta. Vanka pensaba todos los días una forma de salir de allí, se le ocurrieron varias cosas, pero no eran muy buenas por varios factores. El primero era que él no era un chico malo por lo tanto no quería dañar a nadie, y lo segundo era que había posibilidades de que saliera mal y él sabía que después sería peor.
Pasaron tres o cuatros meses y el pequeño ya no aguantaba más en ese lugar oscuro y con el zapatero que lo explotaba constantemente. Una noche, luego de una jornada de trabajo cansadora, Vanka se dio cuenta de que esto no podía seguir así; agarró un par de tacones y zapatos arreglados y un monto de dinero suficiente como para atravesar un tiempo bastante largo. Luego de recoger esto se marchó. El pequeño tomó un tren que tenía un destino lejano, al llegar se hospedó en un hostal. Al otro día cuando Alojín llego allí, se dio cuenta de que Vanka no estaba trabajando en la zapatería. Luego de un rato confirmó que faltaban zapatos tacones y un monto de dinero nada menor. El señor empezó a buscarlo, preguntó a la gente que veía pasar por el negocio. Mientras que ocurría esto en la zapatería, Vanka empezó a vender lo que había robado y empezó a trabajar en una pastelería, que era todo lo contrario al lugar donde se encontraba hacía unos meses. La pastelería era un lugar limpio, ordenado, luminoso y lo más importante era que las personas que trabajan con él eran amables.
Luego de unos meses a Alojín le llegó una carta que decía:
Hola, Alojín, soy Vanka. Te escribo desde un lugar lejano. Fui yo quien te robó. Necesitaba salir de allí; al principio estaba todo bien, pero luego se transformó en una explotación. Junto con esta carta te devuelvo la plata que te saqué y un poco más que junté vendiendo los zapatos y los tacones...
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