"Siempre estaré ahí", por Sofía Brasca
La mayoría de la gente cuando piensa en su infancia tiene recuerdos felices y nostálgicos, pero ese no sería mi caso. Desde que nací nadie me quiso, crecí en un orfanato y no tuve ninguna figura ni paterna ni materna. Hasta que llegó ese zapatero. Era un día soleado y yo tenia alrededor de once años cuando un zapatero de edad avanzada se apareció en la puerta del orfanato en busca de un niño que cumpla sus requisitos para adoptar. Para mi buena suerte yo cumplía todos y cada uno de ellos, así que decidió adoptarme y me cambió el nombre a Alojín en honor a su padre. En primera instancia todo parecía fantástico; me enseñó su oficio, lo ayudaba siempre en el taller, me trataba como si fuera su propio hijo e incluso a veces, si me portaba bien, me daba un obsequio, pero no a todos le agradaba. Recuerdo que había un niño en especial que siempre me molestaba y muchas veces yo terminaba llorando, cada vez que me sucedía esto el zapatero siempre me reconfortaba diciéndome que él si...